Blog de Ignacio Fernández

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martes, 27 de diciembre de 2016

Mercado de trabajo

     En el crepúsculo del año se mezclan resúmenes, síntesis y demás compendios de cuanto hubo en el periodo que concluye y merece reseña. Con cierto retraso, pues las estadísticas se cocinan lentas, también nosotros podemos compartir ahora algunas conclusiones sobre salarios, prestaciones por desempleo y pensiones en las fuentes tributarias del año 2015.

     El primer dato general es la pérdida de peso de las rentas derivadas del trabajo en nuestra economía, especialmente desde la aprobación de la última reforma laboral, a causa de la pérdida de empleo y de la merma salarial.

     Sin embargo, en León se produjo el pasado año un incremento del 1’1% en el número de personas asalariadas y una subida del 0’6% del salario medio que se situó en 17.817 euros. Cabe resaltar que fue en nuestra provincia, de toda la Comunidad Autónoma, donde más creció la brecha salarial entre hombres y mujeres en esos meses. También que fue el sector de los servicios sociales el que asalarió a un mayor número de personas y que, en lo relativo a ingresos, el porcentaje mayor del total corresponde a las que cobran menos de la mitad del salario mínimo.

     Acerca de las prestaciones por desempleo, sabemos que se redujo un 9’35% la cifra de quienes las reciben en la provincia y que su cantidad media anual fue de 3.339 euros, también con notables diferencias entre hombres y mujeres.

Y conocemos que durante 2015 el número de pensionistas en la provincia fue 145.588 (frente a 170.619 asalariadas), cuyos ingresos se situaron sobre todo entre 0’5 y 1’5 del salario mínimo interprofesional.

A la vista de los datos y teniendo en cuenta que el PIB creció ese año en torno al 3%, resulta evidente, como decíamos al principio, que su repercusión en las rentas del trabajo es muy escasa y que lo hace en mayor medida en factores como el excedente bruto de explotación, donde se incluyen las rentas salariales y de profesionales autónomos. Son nuevas señales de la desigualdad creciente, así en lo cercano como en el tono general del país.

Publicado en La Nueva Crónica, 27 diciembre 2016

martes, 20 de diciembre de 2016

La buena muerte

     “Dainos, Señor, buena muerte…”. Con esta invocación penitente recorre las calles de la ciudad de León la procesión vespertina del Domingo de Ramos, conocida popularmente como el Dainos. Sin discutir su relevancia como rito, es ésta una expresión más, católica aquí, de un deseo humano que no conoce tiempo ni fe. Aunque no todos los tiempos ni todas las fes sean iguales y mucho menos en la era babélica que nos ha tocado en suerte.

     Lo destacado hoy es el negocio y la feroz competencia a que obliga el mercado. Cierto es que hubo siempre y en todo rincón un interés digamos sobrenatural en manejar el asunto y hacer de él fundamento de creencias y confesiones como herramienta para el dominio de voluntades. Nada nuevo, pues. Sin embargo, lo innovador ahora es el choque casi violento entre la senda eterna y la puramente terrenal, entre el más allá y el más acá como manifestaciones de una misma fatalidad, hasta el punto de que la confusión penetra uno y otro ámbito sin mayores rubores y con total concupiscencia. Así como se produce, no sólo en el trance de la muerte, una exaltación de lo sagrado, crece en paralelo la elevación de lo profano en el peor de sus sentidos: el mercantil. Y en este campo la muerte, inagotable siempre, feroz y estremecedora como ninguna otra acción humana, deriva en un recurso más que apetecible para los mercaderes que rigen nuestros destinos.

     Aunque no es el hecho funerario en sí lo destacable, que en cualquier caso es un gran bocado, puesto que al cabo todos moriremos y todos requeriremos esa atención, hoy por hoy tasada en España en 3.500 euros como precio base sin extras. No, lo curioso es el envoltorio que crece entorno y que, sin llegar al éxtasis mejicano, coloniza ese lance con devoción parasitaria. La actualmente séptima temporada de la serie The Walking Dead, las cenizas de Truman Capote vendidas por 40.000 euros y la criogenización de una joven inglesa por sentencia judicial son tres ejemplos ilustres de este fenómeno. A nadie pude extrañar, por tanto, que el Vaticano reaccione a través de su órgano más numantino, la Congregación para la Doctrina de la Fe, y prohíba esparcir las cenizas de los difuntos o conservarlas en casa, amenazando, de incumplirse esta medida, con negar el funeral a los fallecidos. Dicen que esa prohibición pretende evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”.

     En fin, bien está si así evitamos algunas mandangas. Sin embargo, lo que no se evitará, y mucho menos retornando a la ortodoxia tridentina, es la maniobra de despiste que todo este cúmulo de baratijas arroja sobre lo que debiera ser el verdadero y urgente debate en los tiempos poscontemporáneos: el de la buena muerte, es decir, el de las eutanasias. Este sí es un asunto que debiera entretenernos y movilizarnos. Es decir, menos series sobre zombis y más discusión acerca de las fórmulas para huir de la humillación mortal; menos tráfico de escorias y más progresión de las legalidades sobre la materia; menos hielo para el futuro y más calor para el desenlace presente. Con suma sencillez lo expresaba Ramón Sampedro pocos días antes de poner fin a su vida: “Y si ganamos la apuesta de la muerte, / si la esquiva suerte una vez nos mira, / ganaremos el cielo, porque en el infierno / ya hemos pasado toda nuestra vida".

     Éste es el reto que, como tantos otros, conducirá a esta edad hacia el porvenir o hacia la regresión. Es decir, hacia el gobierno de lo humano o hacia la perpetuación mitológica de los ritos penitentes en demanda de la buena muerte.
Publicado en Tam Tam Press, 20 diciembre 2016

martes, 13 de diciembre de 2016

Salario mínimo

     Mucho se habla en estas fechas cercanas al fin de año sobre el salario mínimo interprofesional. Todo indica que será elevado en 2017, cuentan que hasta 797’6 euros al mes, una subida aparentemente notable pero insuficiente para acercarnos a lo que establece la Carta Social Europea suscrita por España. Esa declaración, que compromete a los gobiernos firmantes, reconoce que “todos los trabajadores tienen derecho a una remuneración suficiente que les proporcione a ellos y a sus familias un nivel de vida decoroso”. El Consejo de Europa estableció en su momento un umbral al respecto que sigue vigente en la actualidad: un salario neto justo tiene que alcanzar, al menos, el 60% del salario neto medio del país.

     Por ese motivo, entre otros, muchos pensamos que la subida debería llevar el SMI hasta los 800 euros en este primer año de legislatura y hasta los 1.000 al final de la misma. De este modo, no sólo cumpliríamos con la Carta Social, sino que se  recuperaría el poder adquisitivo perdido desde 2010 y colocaríamos a España en el lugar adecuado dentro del entorno europeo que tanto se invoca. Pues sucede que, siendo España la quinta economía de la Unión Europea y la cuarta de la Zona Euro, esa posición no se mantiene en la cuantía del salario mínimo, donde nos situamos en los últimos lugares entre los países que tienen fijada tal retribución por ley.

     Conviene recordar también que el salario mínimo lleva asociados otros beneficios sociales y económicos, tales como la reducción de la brecha salarial entre hombres y mujeres y entre colectivos en riesgo de exclusión, la cohesión del mercado de trabajo y un reparto más equitativo de las rentas, la mejora de la calidad en el trabajo y de la productividad, y, en fin, el impulso del consumo y de la economía. Razones suficientes para fundamentar la demanda de una mayor valoración de ese salario. De paso, nos alejaríamos del nivel preocupante de España en lo referente al riesgo de pobreza y exclusión contenido en la Estrategia Europa 2020.

Publicado en La Nueva Crónica, 13 diciembre 2016