Y
el verbo de Los Ilegales se hizo carne y habitó entre nosotros: “Tiempos nuevos,
tiempos salvajes”. De un modo mucho más sereno lo ha explicado aquel cantautor
galáctico para quien “cualquier noche podía salir el sol”, Jaume Sisa, al
referirse a su último disco: “Será el último y definitivo
porque el formato está agotado; los discos ya no existen como tal, como antes
los concebíamos. Han desaparecido, como muchos de los objetos y los conceptos
que sostuvieron a nuestra generación. Aquel mundo se está muriendo, si es que
no está muerto ya”. Es decir, algo ha muerto y algo ha nacido ya.
Tan amigo como se declara de las
fronteras, no le gustará saber al nuevo Presidente de los Estados Unidos que no
existen lindes precisas para separar edades, aunque bien podríamos aventurar
que su irrupción abrupta en la historia representa perfectamente el fin del
principio de una supuesta Edad Poscontemporánea, acerca de la cual hemos escrito
en esta tribuna desde octubre de 2012. No hay más rotunda encarnación para
ilustrar estos tiempos nuevos y salvajes, a pesar de que, bien lo sabemos,
algunos elementos sustanciales de esta época estén aún por definirse de una
forma rotunda. El cambio climático sobre todo, al que expertos como el
economista Nicholas Stern conceden todavía otros 20 años de incertidumbre, “20
años que serán críticos para el planeta”, dice.
Y ya que citamos inevitablemente a
Donald Trump, oportuno resulta así mismo confrontar el antes y el después con
un catálogo de nombres que ilustran el contraste entre constructores que fueron
de utopías y los que hoy se encargan del diseño de las nuevas distopías.
Difícil es encontrar en nuestra edad nombres como los de Jean Monnet, Willy
Brandt, Nelson Mandela, Fidel Castro, Jacques Delors…, independientemente de
sus aciertos prácticos. Si acaso lo que cabe suponer es que las nuevas utopías
tendrán probablemente nombre de mujer. Pero con ello, entiéndase bien, no
decimos que el tiempo pasado haya sido mejor. Sería un error gravísimo y una
enfermedad nostálgica. No olvidemos que el siglo XX fue también un siglo letal,
“un siglo tempestuoso”, según titula su último libro el historiador Álvaro
Lozano. Pero es verdad que la Contemporánea fue una edad para la creación de
utopías, lo cual no parece ser el signo del presente ni el del inmediato
porvenir.
Con todo, crece también una amplia
corriente de optimismo que pugna por sobresalir entre las noticias del mundo.
Unos se expresan todavía con vacilación, como el periodista Lluis Bassets:
“Seguro que este mundo es mejor, como son mejores nuestras vidas, pero si no
sabemos gobernarlo podemos convertirlo en mucho peor e incluso retroceder a
épocas anteriores y empezar a perder los mejores estándares de vida de la
historia de la humanidad”. Otros son mucho más contundentes, como el filósofo
Michel Serres, que habla de los tiempos actuales como “la edad dulce” y dice: “Lo mismo que hubo
tres maneras de matarse –militar, religiosa y económica- lo que yo llamo la
edad dulce se declina en tres maneras que tratan sobre la vida y el espíritu:
médica, pacífica y digital”.
En
fin, seamos cautos en este principio del fin y en cuanto haya de suceder. Y
nada mejor para tal objetivo que seguir el pensamiento genial de Umberto Eco: “…el progreso también puede significar dar dos pasos
atrás, como volver a la energía eólica como alternativa al petróleo y cosas por
el estilo. ¡Tendamos al futuro! ¡Atrás a todo vapor!”.
Publicado en Tam Tam Press, 28 febrero 2017