Blog de Ignacio Fernández

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martes, 21 de febrero de 2017

Plazas

     Desde su origen, las plazas han sido lugares públicos para el encuentro, la convivencia y la participación. En ellas se han reunido ciudadanos y ciudadanas a lo largo de la historia de las ciudades para discutir, para compartir y para celebrar. También para mercadear y para ajusticiar, es cierto. Del ágora al foro, de las plazas mayores a las plazas ajardinadas, poco queda ya de cuanto fue su naturaleza y su sentido.

     Por el contrario, la tendencia urbanística actual es la de expulsar a las personas de esos espacios, convirtiéndolos en lugares desabridos, antipáticos y sin alma, tal y como bien ha explicado el sabio Juan Carlos Ponga por lo que hace a las plazas de la ciudad de León. Pero no sólo. Poco a poco, esas plazas se han transformado en simples páramos de paso, útiles solamente para desfiles, procesiones y fastos deportivos. También, cierto, para colofón de manifestaciones de todo tipo. Pero, por lo general, se han deshabitado tanto que ya ni se construyen nuevas plazas, sólo glorietas y rotondas al servicio del automóvil. Y las pocas que nos van quedando se retocan y adaptan al gusto único y exclusivo de los grandes lobbys urbanos, es decir, hosteleros, comerciantes, arquitectos y constructores.

     Es lo que ha sucedido, me parece, con la Plaza del Grano o con otros proyectos similares en esta ciudad desdichada. Un día te despiertas y te enteras por el periódico de que van a remodelar tu calle. Nadie ha preguntado por tu opinión, nadie ha solicitado tu parecer para el proyecto, nadie ha debatido nada. Se presenta como un hecho consumado y santas pascuas. Venga de donde venga la ocurrencia y salga el sol por donde salga. La ciudad ha dejado de ser un lugar común y compartido para someterse al designio de técnicos y concejales. Aunque no sólo por una falta de democracia formal. También porque hace tiempo que el movimiento vecinal, con notables excepciones, se dejó en manos de los organizadores de los festejos del barrio o de cuatro ilusos irredentos. Y así nos va.

Publicado en La Nueva Crónica, 21 febrero 2017

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