Blog de Ignacio Fernández

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martes, 21 de marzo de 2017

El disidente

     Poco menos que nada son doce años en magnitud tanguista, pero suficientes sin embargo para evaluar una porción notable de vida. De ahí que doce años en una atalaya sindical permitan observar de un modo privilegiado el ser provincial y su evolución, algo de lo cual hemos escrito en estas columnas que tienden a su fin, o a su mutación, al concluir también nuestra tarea en la primera organización sindical de la provincia.

     Y lo que sabemos hoy, habiendo transitado primero por años de bonanza y luego por los duros tiempos de las crisis, es que los males de la provincia se han agravado. Son males que vienen de lejos y que, en consecuencia, los vientos adversos no han hecho más que acentuar, sin que ninguna política haya sabido corregirlos. En muchos casos, esas mismas políticas han servido para todo lo contrario. Me estoy refiriendo fundamentalmente a tres enfermedades casi terminales: despoblación, dispersión y baja tasa de empleo. Nada hay en el horizonte que permita un mínimo optimismo acerca de su evolución futura.

     Sobre lo primero baste recordar lo que prevé el Instituto Nacional de Estadística para el año  2031, según cuyo análisis la provincia se situará en 417.802 habitantes, todavía un 12’1% menos que en la actualidad. Sobre lo segundo, ninguna ordenación del territorio anima en verdad la fusión de municipios que permita la supervivencia de los servicios que deben prestarse para que las condiciones de vida sean más dignas. Y sobre lo tercero, hace tiempo que nos hemos situado en la cola de la tasa de actividad nacional, penúltimos desde hace trimestres, de donde sólo se podrá salir con una actividad industrial que de momento no se espera.

     Una anécdota no menor ilustra el porvenir. Las respuestas a un cuestionario planteado en la Universidad de León descubren que nueve de cada diez estudiantes piensan que su futuro laboral está más allá de los límites provinciales. Por favor: hay que hacer lo posible por proteger como sea al disidente, es nuestra última esperanza.

Publicado en La Nueva Crónica, 21 marzo 2017

martes, 7 de marzo de 2017

Brechas

     Siendo verdad que existe una brecha salarial entre hombres y mujeres, sería miope pensar que ésa y sólo ésa es la brecha laboral por antonomasia. Cierto es que la ganancia media anual de las mujeres, según datos de 2014, fue de 19.744 €, mientras que la de los hombres llegó a 25.727 €. Cierto también que la pensión media de los hombres es de 1.219 euros, frente a los 767 euros de pensión media de las mujeres. Pero las brechas no se explican únicamente en términos de ingresos, que pudieran corregirse llegado el caso, sino que tal desigualdad salarial responde a factores fuertemente arraigados en nuestro modelo de mercado de trabajo y en la sociedad.

     Así, la primera gran desigualdad en relación a los hombres, que va a marcar el desarrollo profesional de las mujeres, es que la opción laboral se ha hecho de forma incompleta, ya que no alcanza a todas las mujeres, y, en paralelo, no se han alterado sustancialmente los roles de género que continúan asignando el trabajo reproductivo a ellas casi exclusivamente. Por otro lado, la sociedad no ha asumido que la conciliación de la vida laboral y familiar, y la falta de corresponsabilidad en las tareas de atención y cuidado, no son sólo problemas de las mujeres sino del conjunto de esa sociedad.

     Además, las mujeres se incorporan a un mercado de trabajo concebido, organizado y gestionado en su mayor parte por criterios masculinos, donde el trabajo reproductivo no es tenido en cuenta. Así su inclusión plena sigue estando muy condicionada por las evidentes dificultades de conciliación entre las funciones productivas y reproductivas y, sobre todo, por los estereotipos sociales sobre las limitaciones de las mujeres en cuanto a disponibilidad horaria, dedicación, asignación sexista de roles, etc.

 En fin, no son éstos unos asuntos secundarios, sino la raíz de la existencia de las brechas, que no desaparecerán en la medida en que la sociedad permanezca ciega a esas circunstancias. Mejor dicho: no circunstancias, sino auténticas sustancias.

Publicado en La Nueva Crónica, 7 marzo 2017