Poco
menos que nada son doce años en magnitud tanguista, pero suficientes sin
embargo para evaluar una porción notable de vida. De ahí que doce años en una
atalaya sindical permitan observar de un modo privilegiado el ser provincial y
su evolución, algo de lo cual hemos escrito en estas columnas que tienden a su
fin, o a su mutación, al concluir también nuestra tarea en la primera
organización sindical de la provincia.
Y
lo que sabemos hoy, habiendo transitado primero por años de bonanza y luego por
los duros tiempos de las crisis, es que los males de la provincia se han
agravado. Son males que vienen de lejos y que, en consecuencia, los vientos
adversos no han hecho más que acentuar, sin que ninguna política haya sabido
corregirlos. En muchos casos, esas mismas políticas han servido para todo lo
contrario. Me estoy refiriendo fundamentalmente a tres enfermedades casi
terminales: despoblación, dispersión y baja tasa de empleo. Nada hay en el
horizonte que permita un mínimo optimismo acerca de su evolución futura.
Sobre
lo primero baste recordar lo que prevé el Instituto Nacional de Estadística
para el año 2031, según cuyo análisis la
provincia se situará en 417.802 habitantes, todavía un 12’1% menos que en la
actualidad. Sobre lo segundo, ninguna ordenación del territorio anima en verdad
la fusión de municipios que permita la supervivencia de los servicios que deben
prestarse para que las condiciones de vida sean más dignas. Y sobre lo tercero,
hace tiempo que nos hemos situado en la cola de la tasa de actividad nacional,
penúltimos desde hace trimestres, de donde sólo se podrá salir con una
actividad industrial que de momento no se espera.
Una
anécdota no menor ilustra el porvenir. Las respuestas a un cuestionario
planteado en la Universidad de León descubren que nueve de cada diez
estudiantes piensan que su futuro laboral está más allá de los límites
provinciales. Por favor: hay que hacer lo posible por proteger como sea al
disidente, es nuestra última esperanza.
Publicado en La Nueva Crónica, 21 marzo 2017
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