Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 25 de junio de 2017

Verano

Se preguntaba y se respondía Valle Inclán por boca de Max Estrella, el personaje central de Luces de Bohemia: “¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles? Acaso más tristes y menos coléricos… Quizá un poco más tontos… Aunque no lo creo”.

Bueno sería, casi un siglo después, conocer cuál habría de ser el pensar y el sentir del escritor ante  un país donde el sol y su comercio se han convertido casi en el principal motor de la hacienda. Ya no es que nos marque el carácter; es que, si bien se mira, condiciona casi todo nuestro existir, así en materia laboral y económica como en comportamientos y ritos cotidianos. Sea como fuere, los meses estivales venían acompañados siempre, aparte del sol, con sensaciones placenteras que todos mimamos en nuestra memoria y trasladamos al cine y a la literatura como paraísos perdidos: bicicletas, lujurias y azoteas, fuego en el cuerpo, ventanas indiscretas… Hasta capaces éramos de deleitarnos con películas tan soporíferas hoy como Verano del 42. Así funcionan las emociones, que son sabias y que nos alejan de lo que en la actualidad destila esta estación excesiva por sus cuatro costados: alertas por olas de calor, sequías más o menos constantes, obsesión por el viaje, invasiones turísticas, incendios bárbaros y mercados de fichajes para darle al balón cuando el calor pase. No se trata de que el tiempo pasado fuese mejor, sino que la emotividad nos traiciona y el drama presente nos aturde. Y nada hay, en fin, como el marketing para manejar engaño y desconcierto y convertir así el estío en un supuesto tiempo de esplendor y de ansia donde todo se permite y que todos, en mayor o menor medida, tratamos de gozar y de calmar.

Al cabo, no encontraremos mejor estación que ésta para confirmar nuestra condición de vecinos del Callejón del Gato, con cuyas conductas grotescas Valle hubiese construido todo un cosmos sistemáticamente deformado por los espejos cóncavos. Tal vez a través de los ojos turbios del poeta ciego Max Estrella.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 junio 2017

viernes, 23 de junio de 2017

Las noches (de San Juan)

“La noche de San Juan es noche de alegría. / Estrellado de flores, el verano nos llega / de manos de un duende que le hace de guía…” Así, como este Moderato Cantábile, iniciaba Sisa su canción La nit de Sant Joan [https://www.youtube.com/watch?v=vlFFfjNWuaI] y nosotros la tomamos como excusa para volver sobre el cancionero y descubrir en él todo lo que las noches le han servido de nutriente. La de San Juan, por supuesto, pero también otras innominadas que desfilarán por este artículo para confeccionar su álbum cantable. No serán todas, claro, pero serán suficientes para que “si llegase el amor, nunca más moriría”.
En fin, muy abundantes son los tópicos que ligan las sombras nocturnas con los procesos creativos. También por lo que hace a la música sin duda. Y no yerran quien eso observan si atendemos a la profusión de nocturnidades que envuelven al cancionero y que llevan a pensar en que esas horas oscuras alimentan relatos, melodías y todo tipo de experiencias más o menos emocionales que toman cuerpo en las canciones. Sin embargo, como veremos, nada es homogéneo y el sentimiento de los noctámbulos adquiere una diversidad de expresiones difícilmente clasificable más acá del rótulo general que las hermana. La noche de San Juan es noche de fiesta, por ejemplo, pero no siempre es ése el tono, ni siquiera el más generalizado.

En los orígenes de la música moderna, tres bandas importantes popularizaron cantables con la noche por bandera. Para Them, el grupo original de Van Morrison, en Here comes the night [https://www.youtube.com/watch?v=ZnY84iaxV_g], pareciera que ésas son horas de traición: “Podía ver a la derecha por la ventana, / paseando por la calle, mi chica / con otro hombre”. En cambio, Para Cream, donde reinaba Eric Clapton, en After midnight [https://www.youtube.com/watch?v=dFhAculy7nk], la impresión es absolutamente la contraria, la de un momento en el que todo vale: “Después de la medianoche, / se va a dejar todo colgando hacia abajo”. Y por fin, para The Moddy Blues, en Nights in white satin https://www.youtube.com/watch?v=88uv7S9Bz9U], la noche era el envoltorio perfecto para el onanismo platónico: “Noches de blanco satén / que nunca llegan a terminar, / las cartas que he escrito / nunca acaban de enviarse”. Así de distintos eran ellos y así eran sus noches.

Avanzado el tiempo, otro trío sin ningún tipo de desperdicio vino a interpretar la nocturnidad en plan mucho menos agrio, aunque también habría que hacérselo mirar. Fue el caso del más que maduro Paul McCartney, que en No more lonely nights [https://www.youtube.com/watch?v=uyrrzJTbB5o] parecía dispuesto a rebelarse como un eterno adolescente: “No más noches solitarias, / eres la luz que me guía, / día o noche estoy siempre allí”. Por su lado, el verdaderamente eterno Frank Sinatra pensaba en Stangers in the night [https://www.youtube.com/watch?v=s4fWMgoWrbE] que lo suyo era más bien fugaz y caducable: “Extraños en la noche intercambiando miradas / preguntándonos en la noche / cuáles eran las posibilidades de que estuviéramos / compartiendo el amor antes de que la noche se acabara”. Así que quien pone paz entre ellos es la más que cuerda Diana Krall, que interpreta Quiet nights [https://www.youtube.com/watch?v=wuxBmpFHGa4] como una pieza solemne con “noches tranquilas de estrellas tranquilas”. Como debe ser.
Otros, muy libres son de hacerlo, observan el espectáculo nocturno desde lugares y sucesos concretos, de tal forma que uno no sabe bien si importa más lo uno, lo otro o la simbiosis de ambos en el relato que construyen. De ese modo, desde el soul más profundo, Brook Benton nos describe con delicadeza cómo es una Rainy night in Georgia [https://www.youtube.com/watch?v=Qr5djzzeA3M], Loreena McKennitt hace lo propio y lo hace bien desde un mercado marroquí en Marrakesh night market [https://www.youtube.com/watch?v=JzuxAhxuz7g] y Paper Lace (¿qué fue de ellos después de esta canción?) mutan en gánsteres ingenuos para contarnos The night Chicago died [https://www.youtube.com/watch?v=duzttklWilE]. Noches itinerantes, pues.

Y ya que estamos colocados sobre el mapa, traigámonos el agua a nuestro molino y reconozcamos que en estas geografías el saldo noctámbulo es jugoso conforme a la fama que nos acredita. Lo fue sobre todo en una época habitada por grupos y tribus sin leyes mordaza ni políticas demasiado correctas, que dieron rienda suelta a sus pasiones trasnochadoras. Desde el sur llegaron melodías tórridas como para romperse la camisa, encabezadas por Una noche de amor desesperada de Triana [https://www.youtube.com/watch?v=m0K83SPGeB8] y Noches de bohemia de Navajita Plateá [https://www.youtube.com/watch?v=K540sf8G2n0]. Desde lo que entonces era el foro, y hoy ni se sabe, aportaron su granito Solera en Noche tras noche [https://www.youtube.com/watch?v=mMUsKZVYYwg],  Burning en la magnífica Una noche sin ti [https://www.youtube.com/watch?v=FSznRCvSRGE] y Joaquín Sabina en Esta noche contigo [https://www.youtube.com/watch?v=L09WriPsHYE]. Y todavía desde más al norte, fueron Los Cardiacos los que ofrecieron dos muestras memorables de la misma materia: Salid de noche [https://www.youtube.com/watch?v=b_C9v9OUpI8] y Noches del Toisón [https://www.youtube.com/watch?v=r1-2tki_XFI]. Nada que envidiar en su conjunto a lo que habían dado de sí, que era mucho, los músicos anglosajones. Y, como remate, para confirmar que también en otros barrios del planeta hay vida nocturna valgan estas dos muy bonitas referencias: la italiana Notti senza cuore de Gianna Nannini [https://www.youtube.com/watch?v=_tBYGjhINcA] y la francesa Éblouie par la nuit de Zaz [https://www.youtube.com/watch?v=KDcgOpUp2nc].


Así, deslumbrados (éblouis) de forma paradójica por toda esta cosecha noctívaga, convendrá ir concluyendo antes de que nos llegue el día. Regresamos para ello al padre fundador, al cantautor galáctico, a Sisa, a su más que hermosa canción de fraternidad, Qualsevol nit pot sortir el sol [https://www.youtube.com/watch?v=pdlvAvC4Tw4]. Así lo entona él y nosotros le acompañamos con fervor: “el tiempo no cuenta ni el espacio, cualquier noche puede salir el sol”.

domingo, 18 de junio de 2017

Disfraces

     A los habituales ropajes de tuno, de papón o de cualquier birria descerebrada con la que se envuelven quienes desconectan de la soltería (y de sus propios cerebros), se une en época estival todo tipo de mascaradas que nos confirman que vivimos en tiempos de simulacro.

     Es llegar el verano y un sinfín de individuos disfrazados de lo que sea y no siempre con buen gusto se dispersa por todo el territorio: caballeros templarios, legionarios romanos, mercaderes medievales, señores y damas feudales, juglares y maestros de la cetrería, soldados napoleónicos, corsarios y vikingos, brujos y brujas, reyes y reinas (estas últimas, por lo general, suelen serlo tan solo de sus festejos)… todo ello con un barniz histórico y teatral, donde no queda claro cuál de ambas cualidades predomina. O, bien mirado, tal vez ninguna de las dos. Mientras tanto, sin plantearse nada más, los gobiernos municipales están encantados de acoger esta suerte de shows y los pregonan a los cuatro vientos para captar espectadores y consumidores, que no se disfrazan pero que resultan imprescindibles para el negocio.

     Un negocio es en suma, además de un show más bien infantil. Un parque temático sin atracciones de feria, un carnaval perpetuo sin sentido alguno las más de las veces y una presunta tradición, con excepciones honrosas, que no deja de ser un puro invento de los hosteleros del lugar, disfrazados en su caso de filántropos y benefactores de la vecindad. Todos somos muy dados al fingimiento y a la farsa; todos, especialmente en la infancia, participamos de una tendencia natural a disfrazarnos, a ser otros, a crear ficciones sin otra pretensión. Pero la institucionalización del disfraz es harina de otro costal.

     Por eso, en un mundo mentiroso como el que nos ha tocado, a nadie extraña este desenfreno de la falsedad como mera excusa para el jolgorio, que al cabo es de lo que se trata. Esa mezcla de juerga y simulación expresa bien a las claras hasta que límites llega (y supera) nuestra politoxicomanía.

Publicado en La Nueva Crónica, 18 junio 2017

domingo, 11 de junio de 2017

Lavadoras

     Mucho dicen los paisajes urbanos acerca de nuestro existir corriente. Mucho más que los discursos, que los artículos de opinión y que los decretos. Basta observar los escaparates y lo que detrás de ellos se muestra para saber cómo anda nuestro impulso vital.

     Pues bien, lo que vemos, sin gran esfuerzo ni análisis, es que abundan todavía las cristaleras vacías, habitadas solamente por letreros que reclaman su alquiler o venta, como en los momentos más agudos de una crisis que dicen que ya ha pasado. También hay menos escaparates bancarios, notablemente menos, sobre todo de aquellos que correspondían a cajas de ahorros, que han sido debidamente privatizadas o liquidadas para mayor placer del sector financiero privado. Por el contrario, hubo un momento inconcreto en que proliferaron, y ahí siguen, todo tipo de negocios dedicados a la corrección de defectos y a la pura apariencia: perfumerías y droguerías de última generación, clínicas dentales, establecimientos para la depilación y arreglo de uñas, gimnasios, etc. También, en la misma línea, los dedicados a productos presuntamente ecológicos y con apellido gourmet o vinculados a la naturaleza, mientras han decaído en la misma medida las tiendas de alimentación tradicionales. Y, naturalmente, bares, muchos bares e inventos colaterales de toda índole.

     Pero lo último, lo más reciente, lo que llama la atención sobre el momento en que vivimos son las lavanderías para el autoservicio, del tipo de las que hemos visto en películas americanas de casi toda la vida o en la más que deliciosa, aunque británica, Mi hermosa lavandería. Nunca se vieron por estos pagos aldeanos semejantes locales y ahora se multiplican sin disimulo. No dudamos de sus cualidades ni de sus beneficios, pero, del mismo modo que hubo un tiempo para el simulacro, que persiste, llegado parece el de la necesidad evidente de limpieza. Esperemos que cada cual sepa lo que debe introducirse en la lavadora. Después de las últimas dos décadas, suciedad es lo que sobra.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 junio 2017

jueves, 8 de junio de 2017

Pradial 17

     Sabrá por la presente, admirada Jane, que de nuevo las músicas dibujan la senda por donde transitan sentimientos y recuerdos. Decía, pero no decía bien, Benjamín Prado que “todas las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has perdido”. Al contrario, no todo cantable conduce a la fatalidad o a la melancolía.

     Sin ir más lejos, suspirando andaba quien esto escribe por la edición de su último disco, Birkin/Gainsbourg – Le symphonique, cuando inesperadamente el triángulo antiguo volvió a cobrar actualidad gracias a otro hallazgo musical. Ocurrió, fíjese, en Villablino, un lugar que poco tiene que ver ni con el glamour ni con la grandeur, y ocurrió en la actuación de un dúo local, nada que ver tampoco con las producciones y arreglos globales que le hacen a usted Nakajima o Djamel Benyelles. No. Fue en La Tintorería, otro espacio corriente sin resonancias míticas, y fue el grupo Tarna el que entonó Por aquellas cuestas, una canción tradicional que yo conocía en versión de Plaza Mayor y que por siempre está asociada a Santos. A Santos, ¿recuerda?: “Algún día dije yo que olvidarte nunca, nunca…”

     De manera que lo que en apariencia parecía, su álbum, un postrero corolario, una secuela definitiva a la zaga de otras obras anteriores con análogo repertorio, me condujo a mí por esas cuestas a la precuela, como se dice ahora, de este epistolario que he decidido abrir. Es decir, a los textos que se publicaron en el diario provincial en agosto de 1990 y en la revista que en el mismo mes de 1992 celebraba el vigésimo aniversario de aquel curioso Club Cultural y de Amigos de la Naturaleza. Tal vez los haya olvidado usted después de tantos años, de tantos dramas y leucemias. Aquel ir y venir que vivimos entonces Santos, usted y yo. Y Lucien, naturalmente. Aquellos paseos a orillas del río Tuerto y aquellas cervezas en la buhardilla ahumada. Paisajes y aromas que resucitaron de golpe en el transcurso de esta primavera, a medida que se iban sucediendo los acontecimientos musicales de los que le acabo de hablar.

     Llegado es el momento, pues, de recuperar aquella historia y arrastrarla hasta el presente, ausentes ya para siempre Santos y Lucien, tal y como ha hecho usted con el cancionero de Gainsbourg al situarlo en medio de una orquesta sinfónica. Tenemos la impresión, Jane, de que todo se agota, hasta lo más inmarcesible, pero en realidad somos nosotros, nuestra voluntad y nuestra memoria, los que tendemos a consumirnos hasta el abandono. Mas no debe ser así. Si ha sido posible todavía una nueva revisión de esa obra, una extraordinaria recreación después de la que parecía casi definitiva, la de Arabesque, eso nos indica el camino. He leído unas declaraciones suyas en tal sentido: “Siempre se me acaban ocurriendo cosas más interesantes que sentarme delante de la televisión y pasar mis días lamentándome. La inacción me parece terrible”. Así que la imito con esta carta y las que vendrán después, confiando en que la acoja con algo más que un simple asombro. Le iré contando, si me permite, de nosotros, tal y como hacíamos Santos y yo cuanto usted ni siquiera estaba y apenas si era sólo un personaje necesario para proyectarnos más allá de estos páramos nuestros. Porque, en suma, aprendimos con Valente que “hablar de la propia vida es entrar de lleno en el terreno de la ficción”.

     En fin, Jane, sin ánimo de perturbarla y con afecto. Y a la espera quedamos de que se confirme su presencia en España como parte de la gira de conciertos que ha emprendido por el mundo. Desde Palomares, en el mes de Pradial de 2017.

Publicado en Tam Tam Press, 7 junio 2017

domingo, 4 de junio de 2017

Intríngulis

     Entre la falsa posverdad y la mentira evidente se cuela el intríngulis para consumar la apariencia. De este modo, no son turbios los ojos que leen sino la letra que escribe en un diario local el siguiente titular: “El Parque Tecnológico abre su primera incubadora de emprendedores TIC. ADE, Ayuntamiento y Telefónica ponen en marcha un ‘crowdworking’ con seis start up”. A lo que podría responderse en román paladino: “¡Averígüelo Vargas!”, y quedarnos tan anchos.

     No nos conformamos ya con el eufemismo, que durante años sirvió para disfrazar la realidad y atenuar en ella su rostro más grosero. O para concederle una pátina que disimulara aquello que carecía de crédito social, como ciertas tareas. Fue así como convertimos al vendedor en agente comercial y a la azafata o azafato en auxiliar de vuelo. Y así fue también como transformamos un despido en un expediente de regulación de empleo. Pero ya no nos sirve; si acaso el truco verbal queda relegado al mundo de la política, tan dada a ese tipo de artificios. El ámbito laboral, por el contrario, condenados para siempre términos y conceptos como obrero o trabajo, ha descubierto el filón del inglés, que es, dicen, lengua de prestigio y a ella acuden con afán de simular una supuesta modernidad mal demostrada. Y si a tal deriva le sumamos una redacción pretenciosa, el resultado no es otro que el titular antes reseñado, responsabilidad exclusiva entonces de los medios de comunicación, que han decidido sumarse al desaguisado porque también a ellos les proporciona un barniz neosecular.

     Llegados a este punto, sumadas las viejas costumbres con las nuevas, solemos leer o decir, sin saber bien a qué nos referimos: oficial de cumplimiento normativo, suscriptor de riesgos, monitor de ensayos clínicos, Technical Evangelist, actuario, quant o analista cuantitativo, Compliance Officer, Document Manager, HR Business Partner, Visual Merchandiser… coronando así un intríngulis que en puridad, para estar a la última, debiéramos llamar difficulty.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 junio 2017