El
progreso de la temporada estival ha devuelto a la primera página de los
informativos, especialmente a los de la televisión pública, un asunto que, sin
ser estacional en rigor, cobra interés en cualquier periodo de vacación escolar,
ya sea el de invierno, el de primavera o el de verano: la conciliación. Y salta
a la pantalla de un modo poco inocente protagonizado en general por
trabajadoras autónomas, por maestras y profesoras y por madres, sobre todo por
las madres. Rara vez aparece un autónomo, un maestro o un padre, como si con
ellos, los hombres, no fuera el tema. Es común, demasiado común, que para
hablar sobre materias de conciliación se pregunte casi en exclusiva a mujeres
o, como mucho, a sindicalistas, que ya se sabe que es gente lenguaraz y
contestataria y que hace a todo.
Semejante
forma de proceder no es casual, como decimos, ni siquiera atribuible a la
ignorancia de una redacción tan mal informada como formada con carencias. Por
el contrario, son las direcciones de esos medios, directamente adoctrinadas por
ideólogos y administraciones, las que indican el camino y el sentido del
tratamiento de la noticia. Pretenden así reconquistar un modelo antiguo que
parcelaba los temas de hombres y de mujeres y, en consecuencia, las actividades
propias de los unos y de las otras. Contribuye a ello así mismo, aunque éste
sea un procedimiento que viene de antiguo, toda suerte de propagandas,
publicidades y otros artificios sociológicos, enardecidos en una sociedad
presidida por el liberalismo de viejo cuño. Es decir, el que separa y segrega,
el que crea y anima desigualdades, así entre clases sociales como entre
individuos.
No
es asunto aislado lo que ocurre con la conciliación. Se trata del triunfo de la
fragmentación de la realidad y de la desbocada atribución de roles específicos.
Se trata de que no haya masa ni contestación articulada. Se trata de recuperar
el vetusto manual de que cada uno a lo suyo y sálvese quien pueda. Se trata del
poder, sencillamente.
Publicado en La Nueva Crónica, 9 julio 2017
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