Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 1 de octubre de 2017

Irse

     Lo difícil no es irse sino saber adónde se va. Al fin y al cabo, como bien ha dicho Serrat, “independencia es una palabra hermosa que inflama el corazón de los jóvenes y que moviliza a las gentes”. Por eso precisamente, en época adolescente o juvenil, todos hemos querido irnos de casa y liberarnos de cualquier tipo de patria, tutela o servidumbre. El inconveniente es que, salvo en el caso de los más osados, de cuya peripecia no daré detalles pues se suponen, casi todos terminábamos refugiados en casa de los abuelos, que también era otra patria aunque nos pareciese almohadillada. Y si la voluntad de ausentarse se produce en edades posteriores, lo más probable es que arrastremos con nosotros un déficit no curado de etapas precedentes o que el adanismo sea nuestra sola y huérfana idea. En tal caso, no suele haber abuelos ni abuelas que nos asilen sino una inmensa y hostil intemperie.

     De todos modos, bien está saber, para no errar demasiado, que aquello que nos resta independencia es la patria, la tutela o la servidumbre. Si uno no se libera de esas ataduras difícilmente dejará de ser dependiente. En ocasiones esa dependencia se pacta y por ese motivo se acuerdan leyes o se asumen costumbres, cuyo principal objetivo debiera ser la protección de lo más débiles con el fin de asegurar niveles suficientes de igualdad. En otras ocasiones la tal dependencia se impone y, por tanto, se justifica la rebeldía contra el yugo, aunque no para sustituirlo, salvo manipulación, por otro de parecido calibre. No hacen falta alforjas para tal viaje. Por último, cabe la posibilidad de que el individuo, más o menos libremente, se deje domesticar por sus propias ligaduras y presuma de independiente para demostrar exactamente lo que no es y presumir de lo que carece.

     Lo cierto es que el exceso de banderas de todo tipo que sufrimos estos días demuestra que, contra lo que pensábamos, patrias, tutelas y servidumbres siguen ganando la batalla y la emancipación se aleja. En verdad, dan ganas de irse.

Publicado en La Nueva Crónica, 1 octubre 2017

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