Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 5 de noviembre de 2017

Estaca

     De todas las fracturas que ha producido el doble esperpento nacionalista, uno no menor es el estallido sentimental de ciertos símbolos que parecían asentados en la memoria individual y colectiva. Cuando María del Mar Bonet, el 21 de octubre en la manifestación por la liberación de “los Jordis”, entonó su canción Que volen aquesta gent?, a más de uno se nos abrieron las carnes. Algo parecido había ocurrido antes con el coro de L’estaca, la canción emblemática de Lluis Llach, convertida en comodín de una de las reivindicaciones más cínicas que se hayan conocido en las últimas décadas, lo que ha debido satisfacer bastante a ese vendedor de vinos del Priorat. Claro que el colmo de este cancionero moderno de la revolución lo ha encarnado Manolo Escobar, rancio entre los rancios, colocando en las manifestaciones de la otra orilla su hit creado para turistas bebedores de cerveza en Baleares. Ése es el estado musical del país, no muy distinto de su estado en general.

     Se dirá, por supuesto, que la izquierda divina y la eterna burguesía catalanas tienen mejor gusto con el repertorio y es verdad. Hasta los himnos nacionales de uno y otro lado resultan incomparables, a pesar de tratarse de himnos y todo lo que eso significa. Ahora bien, puesto que de himnos hablamos, el cantable de Llach lo era para varias generaciones que clamaron, sí, por la libertad y en ello se dejaron la piel, a veces literalmente. Ése era su contexto y no otro. Por esa razón, desubicado ahora, su escucha nos produce un estremecimiento doloroso, como ocurre con los sacrilegios y con las imposturas. Fue un canto común y compartido con militancia noble sin determinismos territoriales; incluso gracias a él aprendimos las primeras palabras en lengua catalana, cuyo conocimiento ampliamos gracias en gran medida a otros textos de Raimon, de Pi de la Serra, de Sisa, de Serrat, de Ovidi Montllor y de tantos otros de aquellas latitudes. Juntos forman parte de nuestro acervo cultural y son, o eran, nuestro patrimonio.

Publicado en La Nueva Crónica, 5 noviembre 2017

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