Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 30 de diciembre de 2018

Resúmenes

     Entre todos los lugares comunes que manejamos en estas fechas, uno no menor es el de los balances anuales de todo tipo con los que nos golpean desde cualquier flanco. Son tan insoportables como todos los demás tópicos, pero añaden el agravante de construir una crónica teledirigida y debidamente maquillada. No hay asunto que se escape de esas recapitulaciones. Lo último es el repertorio de tuits virales más compartidos en estos últimos doce meses, una muestra más de cómo el género va mutando y ampliando su espectro sin perder nada de su carga abrumadora.

      Porque al cabo esos compendios, tengan el formato que tengan y atiendan a lo que quieran atender, no son otra cosas que ejercicios sádicos de nostalgia, por si las navidades no tuvieran ya suficientes dosis de añoranza y otras enfermedades paralelas. Son también un testimonio de las limitaciones de nuestra memoria, sometida a tal vértigo de noticias y acontecimientos que se hace cada vez más difícil clasificarlas, fecharlas y archivarlas debidamente. Siempre y cuando fuera necesario, que ése es otro cantar. Además, si no bastara con estas consideraciones, hay que observar también que los tales catálogos anuales generan una ansiedad insana: cuántos libros no hemos leído, cuántas películas no hemos visto, cuántas canciones no hemos escuchado, cuántas fotografías no hemos visto, cuántos viajes no hemos hecho, cuántos sucesos no hemos sentido… Y así hasta el delirio.

     Por último, todo acaba siendo banal porque las más de las veces se limita a una enumeración vacía de contenido. Un buen balance debería incorporar al menos alguna especie de valoración que nos ayudase a progresar de cara al siguiente periodo, pero no ocurre así. En realidad se nos ofrece una existencia abreviada, sintetizada en nombres, números e imágenes y poco más. Ni siquiera, como en cualquier otro tipo de encuesta, se nos explican los criterios para su elaboración y fiabilidad. Al contrario, parecen decirnos que esto es lo que hay y hasta aquí hemos llegado.

Publicado en La Nueva Crónica, 30 diciembre 2018

domingo, 23 de diciembre de 2018

Concordia

     Ahora se lleva la concordia. No se sabe bien si conformidad o unión, si ajuste o convenio, si acuerdo o consentimiento. El caso es que las factorías del pensamiento conservador se dieron cuenta hace tiempo de que era necesario vestir su lenguaje con términos aparentemente benévolos, aunque todo tenga sus vueltas. Como la concordia y sus explicaciones. Por eso el Partido Popular, frente a una adusta Ley de Memoria Histórica, ofrece su particular Ley de Concordia que acabe, dicen, con el sectarismo. Por lo mismo, los intelectuales indígenas de la moda del chaleco amarillo llaman a sus concentraciones, dicen también, con concordia, lo cual, según ellos, significa no significarse con símbolos de terceros, la desnudez ideológica. Viene de atrás este truco. El mismo partido en tiempos de gobierno llamaba a sus leyes educativas leyes de calidad porque, claro, quién iba a oponerse a semejante concepto. Todo lo contrario de lo que hacían los socialistas, que nombraban a esas mismas leyes mediante siglas impronunciable con las que era más bien difícil sentir una identificación sentimental. Pero el gran inventor del lenguaje positivo en nuestro entorno fue en realidad el Partido Comunista cuando en junio de 1956 llamó a la reconciliación nacional frente a la perpetuación del espíritu de la guerra civil. Lo que ocurre es que en la izquierda hace tiempo que perdimos el dominio del vocabulario y a la postre nos lo han usurpado las derechas. O no tanto, porque a veces se comparte, como ocurre con el sentido común, que era el comodín preferido de Rajoy para indicar que lo suyo era lo adecuado y que ahora empieza a formar parte también del ideario verbal de Sánchez. En verdad, si bien se entiende, bastaría actuar con sentido, porque lo de común tiene así mismo sus vueltas, como la concordia. Aunque desprenda emotividad constructiva. Y así es como llegamos a la Navidad, esas fechas cargadas de cordialidad y de condescendencia hasta que a alguien se le llene el gorro con los villancicos.

Publicado en La Nueva Crónica, 23 diciembre 2018

domingo, 16 de diciembre de 2018

Gripe

     Son tiempos de gripe. Los virus, con gran capacidad mutante como bien se sabe, ocupan cuerpos en apariencia sanos y los devoran con fiebres, toses y dolores generales. Si los cuerpos no están todo lo sanos que se piensa, pueden producirse complicaciones serias. Y cuando la cepa es poderosa o las defensas son bajas tampoco pueden descartarse epidemias.

     En alguno de esos estados, indeterminados aún, anda metido este país y el mundo entero. Según adonde se mire y lo que se contemple, puede decirse que cualquiera de ellos se manifiesta: el puramente sintomático, el complicado de veras o el epidémico. Y, como ocurre con la enfermedad, en principio no hay tratamiento, hay que pasarla. Lo cual es ya todo un problema: reconocerse como seres enfermos. De hecho, eran muchas las personas que se creían vacunadas y pensaban que la sociedad misma estaba inmunizada frente a ciertos males antiguos que se consideraban superados. Pero no, los virus, se sabe también, se aletargan en realidad, permanecen sin manifestarse hasta que las condiciones favorecen su renacer o su mutación para fortalecerlos de nuevo. En ello estamos y eso explica esta gripe severa que padecemos.

     Qué hacer entonces si hasta los profesionales de la medicina y las consejerías y las farmacias y los hospitales todos están también griposos. Hay quien decide curarse en salud con un chaleco amarillo o con un voto de odio, que es lo que aconsejan los nuevos o no tan nuevos hechiceros. Hay quien opta por encerrarse sobre sí mismo como en una burbuja inmaculada, que es lo que predican los sacerdotes del narcisismo. Hay quien se hace epicúreo, que no está nada mal pero cuesta una pasta y no es fácil llegar a ese nivel si no se tiene crédito. Y hay quien modestamente opina que no existe pócima mejor para esta y otras dolencias que el sereno ejercicio de pensar y compartir con los demás nuestros criterios. Esto cansa y requiere paciencia y generosidad, que no se recetan en ningún dispensario. Se cultivan en buena compañía.

Publicado en La Nueva Crónica, 16 diciembre 2018

domingo, 9 de diciembre de 2018

Yolanda

     La mañana del 2 de febrero de 1980 nació atravesada por la noticia de la muerte de Yolanda González, asesinada el día anterior por un grupo fascista. La vieja Escuela Normal de Magisterio de León detuvo su actividad a primera hora y convocamos de inmediato una asamblea de estudiantes en el gimnasio. Como siempre solía ocurrir, no hubo tampoco esa vez unanimidad en la respuesta, pero, según decía Marcelino Camacho, “entre lo posible y lo necesario” también nosotros elegimos entonces lo necesario. Se paralizaron todas las tareas docentes y nos coordinamos con otros centros universitarios y de enseñanza media para dar una contestación contundente a la barbarie y para honrar a nuestra compañera, una simple estudiante como tantas otras. Su único pecado fue el compromiso político.

     Todavía hoy la recordamos. Más aún cuando en medio de los aniversarios constitucionales de esta semana hemos conocido la afrenta llevada a cabo en el parque madrileño que mantenía su memoria escrita en una placa modesta. No duermen las bestias. No duermen nunca. Ante ellas, nada hay peor que replegarse sobre uno mismo y olvidarse de los nuestros. De estar al lado de los nuestros, ya estén vivos o muertos. Por eso hay quienes construyen sus programas electorales sobre el olvido y la negación de la tragedia. Por eso hay quien derriba a escondidas inscripciones como la que ahora acaba de ser destrozada a martillazos: “Yolanda González Martín. Fue una líder estudiantil, trabajadora y militante del Partido Socialista de los Trabajadores. Luchó por la democracia real, la justicia y los derechos sociales y laborales. En febrero de 1980 fue secuestrada en su casa, en Aluche, y asesinada por un comando fascista. Tenía 19 años. Estos jardines están dedicados a su recuerdo, que sigue vivo”.

     En aquel año estaba ya vigente la actual Constitución, aunque no había tantos palabreros celebrándola. Ignorar que ese texto se llevó vidas por delante, antes y después de 1978, es lo peor que puede ocurrirle a este país.

Publicado en La Nueva Crónica, 9 diciembre 2018

miércoles, 5 de diciembre de 2018

JAVIER DÁMASO: El ángel de la tempestad

EL AUTOR
     Profesor de Derecho en la Universidad de Valladolid. Poeta tardío en publicar, pero con una voz construida a lo largo de décadas. Es autor de Incluso sin palabras, La edad de hierro y Viajero inmóvil. Dice de él Álvaro Valverde: "Poesía civil, en el más hondo sentido, de héroes, los menos, y vencidos, los más". Y señala Francisco Martínez Bouzas: "Poesía alejada (...) de un orden formal prefijado, mas con un constante fluir de sugerencias que afectan al plano referencial y al competitivo, y que por eso nos incitan a una lectura meditativa o intuitiva, sugerida por el tiempo y sazón anímicos o la tonalidad de sentimiento de cada poema".

EL LIBRO
     Un libro sobre el tiempo, sobre el progreso, ese itinerario que hace que nuestra actualidad destruya sistemáticamente la pretérita. El "ángel" del título alude al testigo que observa asombrado la catástrofe de la Historia, el notario de la implacable destrucción del pasado por el presente.

EL TEXTO
Hace ya mucho
que abandoné los
templos,
pero son otros los dioses
que hoy
requieren
mi voluntad.
Pido disculpas,
escupo sobre ellos.
Sí, escupo,
escupo sobre ellos.


domingo, 2 de diciembre de 2018

Colores

     Sucedió el pasado mes de noviembre. Mientras en las carreteras francesas el movimiento de los chalecos amarillos expresaba su rechazo ante la subida de impuestos en los carburantes, centenares de personas vestidas con camisetas de color naranja o amarillo, según procedieran de Avilés o de La Coruña, se manifestaban por las calles de esta última ciudad contra el cierre de las factorías Alcoa. Lo mismo había ocurrido antes mucho más cerca de nosotros con las camisetas negras de la minería o con las moradas de Everest. Y en Cataluña con sus lazos amarillos o en la enseñanza con sus camisetas verdes. O con la marea blanca de la sanidad. Y con los partidos, cada cual con su tono propio: el rojo, el azul, el naranja, el morado… Y con los bancos con sus colores corporativos. Y con el fútbol: los blancos, los azulgrana, los rojiblancos… Y con sus selecciones, donde unos son de la roja, otros son los azules y los terceros, la naranja mecánica. Rodeados estamos de colores que no son tal, sino que pretenden ser mensajes por sí mismos.

     Frente a la vida, que tiene más de blanco y negro que de policromía, resulta que nos envuelve una gama de colores que va resultando insuficiente ya para tanto contenido. Tiempo atrás, los únicos colores significativos eran los de las banderas, que hoy se nos aparecen desteñidos a fuerza de tanto manoseo sobre ellas. También los poetas gustaban de incorporar el color a sus lenguajes con ese afán sinestésico que caracterizaba a muchos de ellos. Hoy, como ocurre con casi todo, el color es puro comercio o intención de identidad. Lo primero porque no existe lo que no es consumible. Lo segundo porque andamos necesitados de ser. Incluso de ser con otros, lo cual es una auténtica rareza que es preciso disimular. Por eso el color es sólo puro envoltorio y lo que expresa es en todo caso la ausencia de comunicación verbal entre individuos. Nos pintamos, nos tatuamos, nos vestimos de color para ser algo y mostrarlo sin necesidad de palabras que se desvanecen.

Publicado en La Nueva Crónica, 2 diciembre 2018

domingo, 25 de noviembre de 2018

Agua

     Mediado era el presente mes cuando, en pleno barullo parlamentario, una iniciativa pasó casi desapercibida a pesar de su interés, sobre todo de cara al debate que pueda suscitarse en las elecciones municipales del próximo año. Aunque no sólo, porque el asunto del agua es perenne y va más allá de toda cita electoral.

     Ocurrió que el Parlamente aprobó una moción que insta al Gobierno a efectuar modificaciones legales para fortalecer la autonomía municipal en la gestión de un recuso esencial como el agua. Así mismo, esas modificaciones habrán de permitir que los municipios gestionen de forma conjunta todo el ciclo del agua. Y, en suma, rescatar el servicio, si fuera el caso, de la venta a que fue sometido en años anteriores y devolverlo plenamente al ámbito público. Cabe señalar que el único voto en contra fue el del grupo del PP.

     Y traemos esto aquí porque instamos, en efecto, a que estas posibles acciones se conviertan en motivo de discusión y compromiso en la próxima campaña, especialmente en la ciudad de León, donde la batalla por al agua pública figura en la memoria local como un momento crítico del devenir democrático en nuestro ayuntamiento. Fue en el año 2009, gobernando entonces Francisco Fernández, cuando la intención privatizadora, que finalmente se consumó, animó la contestación de la ciudadanía en defensa de lo que muchos entendemos como un derecho humano fundamental: el acceso al agua potable y al saneamiento. Y que deben ser las administraciones públicas quienes lo garanticen sin convertirlo en negocio para terceros. Hubo entonces manifestaciones notables, jaleo de los plenos, recursos judiciales y todo tipo de expresiones de rechazo, que no modificaron la necedad política de aquel equipo de gobierno. Naturalmente, por eso, pero no sólo por eso, fueron castigados en las urnas.

     Ahora es el propio Partido Socialista, junto a Unidos Podemos, quien reclama al Gobierno una Ley de Bases para la regulación de los servicios de agua y saneamiento. Bienvenida sea.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 noviembre 2018

viernes, 23 de noviembre de 2018

NURIA ANTÓN: Cárcel

LA AUTORA
     Nuria Antón es generosa. Lo es en las causas a las que se entrega y lo es así mismo en su relación con la escritura. También con otras expresiones artísticas, pues ese derroche suyo le lleva de un modo inevitable a explorar todas las formas de comunicación a su alcance. Quizá por eso habla mucho, como si en ello le fuera la vida. Porque sus inquietudes son notables y le brotan a borbotones. También su poesía tiene a veces esa misma condición. No es compulsiva, pero escribe y publica con empeño. Cada edición es un festejo para ella, al que invita a todos los poetas sin frontera. Y a todos los seres anónimos vinculados por sus palabras. Una multitud agradecida.

EL LIBRO
     Un libro de auténtica madurez en el quehacer poético de Nuria. Un libro trabajado con mimo y con honradez humana. Un verdadero manual para andar por la vida. Una terapia lírica frente a un episodio de dolor. Para leer con sosiego.

EL TEXTO
Las orillas del Bernesga
se parecen al asfalto de las calles de Manhattan
cuando el río va descalzo.
La espera es como el tiempo de sequía;
se puede ver el cauce desgastado
y las horas mezclándose en el lodo.
Recuerdo el río jugando entre las piedras
y los peces escondiéndose en sus pozos.
Ahora,
el tiempo se entretiene
recorriendo los pasillos de fríos hospitales
mientras yo, en la orilla,
soy el pez que boquea
con los labios

atrapados en su anzuelo.