Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de enero de 2018

Turismo

     Superadas las digestiones de ferias y capitalidades sucedidas durante el presente mes, bueno será echar una ojeada sobre el turismo y sus circunstancias para no atragantarse con un bocado tomado tan a la ligera. A la ligera y diríamos que casi con ansia, pues para muchos es un clavo ardiendo al que agarrarse cuando nada mejor tienen a la vista para llevarse a la boca.

     Y bien está eso del turismo si bien se entiende y si bien se gobierna. Porque al cabo esos movimientos de masas consumidoras forman parte ya del que es sin duda modelo productivo, aunque bueno será vincularlo a otras áreas económicas que lo fortalezcan y lo nutran. La cultura, por ejemplo, a propósito de lo cual sabemos que Castilla y León es la segunda comunidad con mayor número de visitantes cuando españoles y españolas se deciden a practicar lo del turismo cultural, por detrás de Andalucía y por delante de Madrid. Bien a pesar, todo hay que decirlo, del escaso interés mostrado por la administración regional en la promoción y difusión cultural, cuyo presupuesto, según lo liquidado en 2016, fue uno de los capítulos que mayor sufrimiento padeció en materia de recortes. A nadie puede extrañar tal situación si tenemos en cuenta que la amputación del presupuesto de la Junta de Castilla y León en materia cultural entre 2007 y 2015 lo llevó de los más de 138 millones de euros a los escasos 58.

     Algo más parecen gastar en términos relativos ayuntamientos y diputaciones, si bien, cuando se examina el detalle, se descubre que los primeros dedican sus dineros culturales principalmente a fiestas populares y festejos, con lo que ello significa, y las segundas lo hacen a administración general, es decir, a sostener el quiosco. En suma, tampoco por ese lado se alimenta un turismo digamos de cierta calidad.

     Pero eso es política al fin y al cabo y es lo que de cuando en cuando nos corresponde evaluar. A tal fin, bueno es disponer de informaciones que complementen los escaparates luminosos con que tratan de embaucarnos.

Publicado en La Nueva Crónica, 28 enero 2018

viernes, 26 de enero de 2018

PACO NARANJO: Los carriles de la vida

EL AUTOR
     Extremeño, ferroviario y sindicalista. En todo ello de más que dilatada trayectoria. Dirigente a lo largo de su vida en diferentes estructuras de CCOO. En la actualidad ejerce la Dirección de la Fundación Abogados de Atocha. Es autor de "La comunicación sociolaboral" y "Crónicas desde el gueto".

EL LIBRO
     Los carriles como metáfora de toda una vida. Así de sencillo y así de suficiente para recorrer toda una existencia entregada al combate y la reivindicación. Retrato de lugares y de personas, el libro ilustra un tiempo y un país, como entonaba la canción de Raimon, a medio camino entre la crónica costumbrista y el testimonio comprometido. Prologado por Cristina Almeida, quien escribe: "Muchos de los nombres que recoges en tu libro fueron activistas, luchadores de la causa de la libertad; amigos en el activismo sindical, y por esa causa se convirtieron en clientes míos y otros abogados y abogadas, y además de clientes, amigos y camaradas".

EL TEXTO
     "Estas páginas escritas en Madrid, más con el corazón que con la cabeza, son una selección de crónicas o anécdotas vividas directamente, muchas de ellas relacionadas con el ferrocarril (...) Algunos episodios son del siglo pasado, y otros más actuales, varios de los cuales están llenos de bellos recuerdos que nos devuelven a nuestra juventud". Ese es el tono.

domingo, 21 de enero de 2018

Marcelino

     El 21 de enero de 1918, hace cien años, nacía en la localidad soriana de La Rasa Marcelino Camacho, que fue dirigente más que notable de Comisiones Obreras y del Partido Comunista de España. Para resaltar ese centenario ocupa el título y el contenido de esta columna, pero también porque en la época actual, revisionista y huérfana, bien está devolver a la actualidad nombres que fueron, y deben seguir siéndolo, de referencia. Nombres que no pueden ser reescritos porque resuenan constantemente en la historia.

     Nunca es fácil referirse a figuras históricas sin caer en lugares comunes, sobre todo cuando se trata de esos aniversarios convertidos casi en un espacio artificial de comunión obligatoria. Más todavía cuando el personaje, como ocurría con este sindicalista, no se volvía vulgar al bajarse del escenario, sino que prolongaba en las distancias cortas el eco de sus actuaciones hasta contagiárnoslas como si tal cosa. Porque lo cierto es que Camacho perteneció a una especie que se extingue, la de aquello que ya no se lleva, y precisamente por eso su memoria es mucho más que un analgésico y se convierte en el mejor antídoto contra la enfermedad de los tiempos presentes, es decir, contra la desdicha insolidaria. Modestamente, creo que esto sí debe destacarse en la ocasión y que, con humildad, es lo que él hubiera querido.

     Con todo, lo más importante en esta fecha es que lo suyo, su peripecia personal y política, supone, más que el testimonio de un pasado respetable, toda una pauta de futuro. Nociones que hoy los más reaccionarios tachan despectivamente como viejas vuelven a releerse y a actualizarse en su biografía, de modo que nos advierten del verdadero sentido de la historia y de su auténtico motor de cambio: los seres humanos. Por esa razón, inolvidable ha de sernos su deseo de ser recordado como "un ser humano que dedicó una gran parte de su vida a que, por el hecho de nacer, tengamos la vida asegurada, con pleno empleo, con justicia social, con libertad y con igualdad".

Publicado en La Nueva Crónica, 21 enero 2018

jueves, 18 de enero de 2018

Nivoso 18

     Que no eran así antes, que eran mucho peores, dicen, los inviernos. Y, sin embargo, la paradoja reside en que uno los recuerda cálidos como cálida era seguramente aquella juventud a la intemperie. No digo la infancia de sabañones y pantalón corto, también callejera, una época mucho más cruel que en el caso de Santos, recordaba a menudo, fue corta por fortuna porque corta fue la carrera futbolística a la que aspiraba un miope con afán de guardameta. No, me refiero a la juventud huidiza de la casa paterna y arrojada a las calles para sobrevivir sin importar estación o calendario.

     Casarse a los 19 años, como hizo usted con John Barry, no formaba parte de nuestros planes ni era la fórmula elegida el matrimonio para emanciparse de nada en aquellos momentos. Pero no la juzgo, bien lo sabe; hasta aquellos tres años suyos con él anidan a mi juicio en sus éxitos como compositor de bandas sonoras. Y, de no ser así, me da igual, francamente. Incluso la imagino a usted tarareando los acordes de Midnight Cowboy, que ya es imaginar, la primera pieza con la que nos asomamos al catálogo de Barry. Precisamente en él, como en otros, y en las imágenes que envolvían aquellas melodías habitaba buena parte del secreto para combatir los inviernos dicen que mucho más severos que los de ahora.

     Y seguramente era así porque hace años que no he vuelto a pisar una sala de cine. No necesito ya ese espacio ni para refugiarme ni para formar parte de ninguna tribu. Entonces sí. Porque había inviernos en verdad nivosos y porque existíamos en lo tribal más que en los soliloquios. Y porque había películas de comunión obligatoria, por supuesto, que reclamaban puestas en común pedantes a continuación. Entre todas ellas, las películas francesas, que nos dejaban a Santos y a mí estupefactos, La genou de Claire o cualquiera que interpretase Jean-Louis Trintignant, para acabar rindiéndonos sin embargo, como tantos otros, a la genialidad de Bogdanovich cuando pudimos ver The Last Picture Show. Bromeaba Santos con que rodillas como las de Claire eran más que posibles en Palomares, donde la hierba crecía lenta como en las películas de Rohmer, pero a quien no habría manera de encontrar allí era a Cybill Shepherd y a aquellos muchachos atribulados de Anarene. Y en cuanto a Trintignant, no sé bien, quizá lo único que hubo en nosotros fue una especie de nostalgia por anticipación, como años más tarde escuchamos en la canción de Vincent Delerm: “es un poco decepcionante / Deauville sin Trintignant”.

     De tal manera que nuestra agenda invernal era saltar de cineclub en cineclub y de sesión continúa en sesión golfa con tal de estar abrigados entre butacas. Las programaciones, las salas, las formas de ver películas entonces nos lo permitían. Además, si los cines ocupaban locales destacados en el centro de las ciudades era porque se trataba también de una actividad social, más aún en una ciudad de provincias, y no un simple elemento más del ocio comercial, como me cuentan que sucede ahora. Era hermoso pasear por las calles y que, de repente, te asaltase un enorme cartel en la fachada de una de aquellas salas legendarias. Como nos ocurrió a Santos y a mí paseando por el Barrio Latino con el anuncio de Passion de Godard. Fue en nuestro segundo viaje, en el año 82, si recuerda. Aquel verano en que nos entretuvimos los dos buscando inútilmente a Angelita por las boutiques y los cafés de Saint-Germain. No dimos con ella pero, a cambio, nos encontramos con la imagen poderosas de Hanna Schygulla, a la que seguramente no habíamos prestado suficiente atención y desde entonces decidimos venerarla por los siglos de los siglos. Le confieso, madame, que ahí tuvo inicio mi infidelidad y, como usted no ignorará, empecé a dejarme querer por la lengua alemana. Ya sé, ya sé que fue usted misma la que me advirtió de que Hanna residía también en París desde el año anterior. Exactamente desde el mes nivoso de 1981, lo que celebro con esta carta que por mes semejante hoy le envío. Afectuosamente.

Publicado en Tam Tam Press, 18 enero 2018

domingo, 14 de enero de 2018

Salud

     De la salud se habló y se habla siempre en la frontera entre años porque lo habitual es que el azar no nos sonría y con algo habrá que consolarse. Sin embargo, en esas condiciones de infortunio, nos deseamos salud como si se tratara de un don común, general y asequible, cuando la realidad nos muestra que es seguramente todo lo contrario. La salud es desigual por definición y, en tiempos desiguales como los presentes, más aún. Desigual porque no se reparte equitativamente sino más bien de forma aleatoria. Y desigual así mismo porque los medios para combatir su ausencia tampoco están bien distribuidos. De lo que no cabe duda es de que se trata de un buen negocio y por eso fijan en ella su atención todo tipo de empresas e inversores. No de una forma altruista precisamente.

     El caso es que llevamos años de disputas sanitarias, internas y externas, locales y generales, porque las políticas y buena parte de sus actores han abandonado en gran medida sus tareas de reequilibrio, mientras se ha favorecido el interés de terceros. Ello explica buena parte del lío y de sus expresiones. Durante años, a lo largo de eso que llamaron crisis y que no ha sido más que una buena excusa para la depredación, manifestaciones, mareas, protestas, reclamaciones, demandas y acciones de todo tipo y en todo lugar han puesto de relieve que la salud y la sanidad que debiera cuidarla nos duelen cada día más. El eslogan –nos duele la sanidad–  se acuñó en León, allá por abril del pasado año, y salta ahora al ámbito de la comunidad autónoma, porque en todas partes cuecen habas. Y en la materia que tratamos sin ningún rubor.

     Será el próximo sábado, día 20 de enero, cuando las calles de Valladolid recojan el supuesto clamor de tanta queja acumulada y de tanta exigencia razonable. Será el envite definitivo para la salud y la sanidad de esta comunidad autónoma. Habrá que hacer un esfuerzo y asistir porque cualquier otro lamento doméstico, por más que estruendoso en lo privado, no tendrá cabida para el común.

Publicado en La Nueva Crónica, 14 enero 2018

domingo, 7 de enero de 2018

Trenecitos

     A medio camino entre las ilusiones laponas y las orientales advino entre nosotros un tiempo de balances y de promesas. Los primeros, según el predicador del sentido común, resultaron ser muy positivos salvo en las tierras rebeldes del nordeste, donde habitan los únicos males de la patria. Las segundas tomaron la forma de las socorridas infraestructuras, anunciándonos así un año que será más que explosivo en vísperas electorales para pueblos, regiones y otras denominaciones de origen. Entre todas ellas, por ser tiempo de juguetes, los trenecitos ocuparon un puesto de esplendor.

     A pesar de lo cual y de lo candorosos que acaban siendo esos momentos, o quizá por ello precisamente, seguimos sin saber nada nuevo o constatando lo de siempre: que se ignora  cuándo, cómo o por dónde llegará la línea ferroviaria a la estación de Matallana, que progresa la integración del ferrocarril en su cara oeste pero que tampoco está claro qué ocurrirá con su progresión hacia La Robla y no digamos ya hacia Asturias, que lo de Ponferrada no toca ni tocará, que seguimos en pruebas con los sistemas de seguridad para el incremento de la velocidad y que en otras latitudes, como en ésta, todo sufre un ligero retraso pero que va bien la cosa.

     Ni se sabe ya cuántas veces hemos escuchado esta misma canción y nos hemos dejado amodorrar por su estribillo pegadizo: el AVE llegó. Aunque llegase de aquellas maneras menguadas, que es como nos llega casi todo menos lo gastronómico, que es sencillamente efímero. Menguado Ordoño II, menguado el palacio de congresos, menguados los entornos todos del ferrocarril y así sucesivamente. Puras ilusiones laponas u orientales, según creencias o gustos, venidas a menos no por causa de la edad, como sucede a la gente corriente, sino por acomodo gobernante y muy ligera rebeldía popular. En fin, nos queda la salud, de lo que también se ha hablado mucho en estas fechas, que es con lo que se consuelan los pobres cuando no les sonríe la fortuna. Es decir, casi siempre.

Publicado en La Nueva Crónica, 7 enero 2018