Superadas
las digestiones de ferias y capitalidades sucedidas durante el presente mes,
bueno será echar una ojeada sobre el turismo y sus circunstancias para no
atragantarse con un bocado tomado tan a la ligera. A la ligera y diríamos que
casi con ansia, pues para muchos es un clavo ardiendo al que agarrarse cuando
nada mejor tienen a la vista para llevarse a la boca.
Y
bien está eso del turismo si bien se entiende y si bien se gobierna. Porque al
cabo esos movimientos de masas consumidoras forman parte ya del que es sin duda
modelo productivo, aunque bueno será vincularlo a otras áreas económicas que lo
fortalezcan y lo nutran. La cultura, por ejemplo, a propósito de lo cual
sabemos que Castilla y León es la segunda comunidad con mayor número de
visitantes cuando españoles y españolas se deciden a practicar lo del turismo
cultural, por detrás de Andalucía y por delante de Madrid. Bien a pesar, todo
hay que decirlo, del escaso interés mostrado por la administración regional en
la promoción y difusión cultural, cuyo presupuesto, según lo liquidado en 2016,
fue uno de los capítulos que mayor sufrimiento padeció en materia de recortes.
A nadie puede extrañar tal situación si tenemos en cuenta que la amputación del
presupuesto de la Junta de Castilla y León en materia cultural entre 2007 y
2015 lo llevó de los más de 138 millones de euros a los escasos 58.
Algo
más parecen gastar en términos relativos ayuntamientos y diputaciones, si bien,
cuando se examina el detalle, se descubre que los primeros dedican sus dineros
culturales principalmente a fiestas populares y festejos, con lo que ello
significa, y las segundas lo hacen a administración general, es decir, a
sostener el quiosco. En suma, tampoco por ese lado se alimenta un turismo digamos
de cierta calidad.
Pero
eso es política al fin y al cabo y es lo que de cuando en cuando nos
corresponde evaluar. A tal fin, bueno es disponer de informaciones que
complementen los escaparates luminosos con que tratan de embaucarnos.
Publicado en La Nueva Crónica, 28 enero 2018