De
la salud se habló y se habla siempre en la frontera entre años porque lo
habitual es que el azar no nos sonría y con algo habrá que consolarse. Sin
embargo, en esas condiciones de infortunio, nos deseamos salud como si se tratara
de un don común, general y asequible, cuando la realidad nos muestra que es
seguramente todo lo contrario. La salud es desigual por definición y, en
tiempos desiguales como los presentes, más aún. Desigual porque no se reparte
equitativamente sino más bien de forma aleatoria. Y desigual así mismo porque
los medios para combatir su ausencia tampoco están bien distribuidos. De lo que
no cabe duda es de que se trata de un buen negocio y por eso fijan en ella su
atención todo tipo de empresas e inversores. No de una forma altruista
precisamente.
El
caso es que llevamos años de disputas sanitarias, internas y externas, locales
y generales, porque las políticas y buena parte de sus actores han abandonado
en gran medida sus tareas de reequilibrio, mientras se ha favorecido el interés
de terceros. Ello explica buena parte del lío y de sus expresiones. Durante
años, a lo largo de eso que llamaron crisis y que no ha sido más que una buena
excusa para la depredación, manifestaciones, mareas, protestas, reclamaciones,
demandas y acciones de todo tipo y en todo lugar han puesto de relieve que la
salud y la sanidad que debiera cuidarla nos duelen cada día más. El eslogan
–nos duele la sanidad– se acuñó en León,
allá por abril del pasado año, y salta ahora al ámbito de la comunidad
autónoma, porque en todas partes cuecen habas. Y en la materia que tratamos sin
ningún rubor.
Será
el próximo sábado, día 20 de enero, cuando las calles de Valladolid recojan el
supuesto clamor de tanta queja acumulada y de tanta exigencia razonable. Será
el envite definitivo para la salud y la sanidad de esta comunidad autónoma.
Habrá que hacer un esfuerzo y asistir porque cualquier otro lamento doméstico,
por más que estruendoso en lo privado, no tendrá cabida para el común.
Publicado en La Nueva Crónica, 14 enero 2018
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