A
medio camino entre las ilusiones laponas y las orientales advino entre nosotros
un tiempo de balances y de promesas. Los primeros, según el predicador del
sentido común, resultaron ser muy positivos salvo en las tierras rebeldes del
nordeste, donde habitan los únicos males de la patria. Las segundas tomaron la
forma de las socorridas infraestructuras, anunciándonos así un año que será más
que explosivo en vísperas electorales para pueblos, regiones y otras
denominaciones de origen. Entre todas ellas, por ser tiempo de juguetes, los
trenecitos ocuparon un puesto de esplendor.
A
pesar de lo cual y de lo candorosos que acaban siendo esos momentos, o quizá
por ello precisamente, seguimos sin saber nada nuevo o constatando lo de siempre:
que se ignora cuándo, cómo o por dónde
llegará la línea ferroviaria a la estación de Matallana, que progresa la
integración del ferrocarril en su cara oeste pero que tampoco está claro qué
ocurrirá con su progresión hacia La Robla y no digamos ya hacia Asturias, que
lo de Ponferrada no toca ni tocará, que seguimos en pruebas con los sistemas de
seguridad para el incremento de la velocidad y que en otras latitudes, como en
ésta, todo sufre un ligero retraso pero que va bien la cosa.
Ni
se sabe ya cuántas veces hemos escuchado esta misma canción y nos hemos dejado
amodorrar por su estribillo pegadizo: el AVE llegó. Aunque llegase de aquellas
maneras menguadas, que es como nos llega casi todo menos lo gastronómico, que
es sencillamente efímero. Menguado Ordoño II, menguado el palacio de congresos,
menguados los entornos todos del ferrocarril y así sucesivamente. Puras
ilusiones laponas u orientales, según creencias o gustos, venidas a menos no
por causa de la edad, como sucede a la gente corriente, sino por acomodo
gobernante y muy ligera rebeldía popular. En fin, nos queda la salud, de lo que
también se ha hablado mucho en estas fechas, que es con lo que se consuelan los
pobres cuando no les sonríe la fortuna. Es decir, casi siempre.
Publicado en La Nueva Crónica, 7 enero 2018
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