La
cosecha de presuntos lingüistas roza la saturación en lo que llevamos de año,
pero nada indica que la producción vaya a ser de calidad: el Gobierno juega a
animar la discordia entre el catalán y el castellano en las escuelas catalanas,
en Baleares se convocan manifestaciones para evitar el catalán en la atención
médica, en Asturias se desata la polémica acerca de la oficialidad del bable y,
por si no fuera suficiente, algunas diputadas toman la palabra en vano y hacer
de su capa una saya. De momento, lo que no hay ni se espera son declaraciones,
manifestaciones o exhortaciones para un mejor uso de la lengua común, la que
sea, ni para evitar su colonización por la lengua del imperio. Que, por cierto,
la hablan muy pocos y mal por estos pagos tan plagados de lingüistas de lo
indígena.
Menos
mal que por el camino, y para demostrar que el asunto está de actualidad y
alguien se preocupa por ello en otros sentidos, nos agrada leer semanalmente
los comentarios agudos de Alex Grijelmo en un diario nacional sobre los más
variados rincones que descubrir se puede en la vida del lenguaje. Como nos
gustó encontrarnos hace una semana en este mismo periódico con las columnas
firmadas por Luis Grau y por Marta Prieto, que echaban también su propia ojeada
a aspectos relacionados con el empleo de la lengua. Y nos sorprendió, claro,
conocer que la televisión española, la pública, reserva un espacio a un
programa titulado “Hora Cervantes” destinado a estos mismos vericuetos, aunque,
para no ofender, se programe a las doce de la noche y en el masivo canal 24 Horas.
En
fin, mientras la lengua tiende a empobrecerse en paralelo al empobrecimiento de
nuestros pensamientos, nada más elocuente que los ejemplos del principio para
demostrar ese maridaje terrible. El siguiente capítulo, a no tardar, consistirá
en arrojarse a la cabeza los resultado de un informe venido de Pisa o de donde
sea con tal de convertir de nuevo la lengua en un arma arrojadiza. A esto se
dedican nuestros lingüistas.
Publicado en La Nueva Crónica, 25 febrero 2018