Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 11 de febrero de 2018

Disfraces

     Lo más destacado de la próxima semana no son los disfraces, sino la ceniza. De los primeros estamos más que saturados y de la segunda andamos más que olvidadizos. Así son estos tiempos que ignoran con intención que todo tiene su haz y su envés y que eligen, no sin desfachatez, el lado frívolo de la realidad.

     La máscara es en verdad la expresión más notable de la superficialidad que nos caracteriza. Lo falso, lo fingido y la mentira son sus muestras cotidianas, que se convierten en jolgorio y en chiste durante veinticuatro horas por mor de una tradición generalmente ignorada. O exprimida, para dejar de ella solamente la cáscara. Es decir, la zarabanda. Pocos celebrarán el carnaval como explosión de lujuria previa a la cuaresma, que es la cruz de la misma moneda. Al contrario, verán en ello un simple eslabón más en la sucesión festiva, que es de lo que se trata, sin reverso alguno.

     Es a lo que nos vienen acostumbrando, el jarabe lúdico que digerimos con vicio para no entrar en materia y perpetuar así la paz social que producen los estupefacientes. Cierto que hay en los antruejos excepciones locales importantes y reminiscencias respetables de lo que fueron tradiciones y festividades sólidas. También manifestaciones culturales dignas todavía de sus propios orígenes; esto es, no arqueología sino remembranza. Pero por lo general no es el caso de nuestros entornos urbanos cada vez más aculturizados y menos conscientes del significado de las cosas.

     Por eso traigo aquí la defensa de la ceniza, no tanto por una posición religiosa como por una fe absolutamente laica, de la que también estamos necesitados. Por una disciplina de la razón, en suma, que dé sentido y contenido incluso a la fiesta más desvergonzada. Evitaríamos así sandeces comunes expresas tanto como ocultas tras las caretas. Se evitarían quizá los infundios groseros de gobernantes y gobernados. Y a lo mejor hasta evitaríamos despedidas de solteros, que no son carnavales propiamente dichos sino cruda anomalía mental.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 febrero 2018

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