Si, como presume el mes en que la
escribo, madame, nos encontramos ante un tiempo de semillas, una época de
“fermentación y desarrollo”, tal y como asentó la Convención de la Primera
República Francesa, entonces no me cabe duda de que vamos usted y yo cumpliendo
con el calendario. En primer lugar, porque esta correspondencia nuestra está a
punto de florecer dentro de escasas fechas, apenas en un mes. Y, en segundo
lugar, porque esparce también alrededor de ella el bálsamo de sus fragancias y
me devuelve, nos hubiera devuelto a Santos y a mí al unísono, al instante casi
germinal.
Tal es así, debo decirle, que de
nuestro previo intercambio epistolar se deslizó la mención a Éric Vuillard,
hasta ese momento un total desconocido para mí. Pues bien, como en tantas
ocasiones, a sanar esa ignorancia acudió diligente mi buena amiga Christianne y
desde Tours me hizo llegar su novela L’ordre du jour, que
mereció ser galardonada el pasado año con el Premio Goncourt. Uno nunca sabe si esto es bueno o
malo, lo del premio, porque al repasar la nómina de agraciados descubro que mi
ignorancia es aún mayor y tan sólo puedo rescatar de sus últimos cuarenta
nombres, como cercanos en algún sentido, a Michel Houellebecq, a Marguerite
Duras y a Patick Modiano. Lo cual que volvemos nuevamente a los orígenes:
recuerde usted, pues comentado quedó en alguna carta, lo que significó este último
para Santos. Creo que también para Christianne.
En fin, leeré a Vuillard cuando
tenga tiempo, como religiosamente he cumplido a lo largo de casi cuarenta años
con cuantos presentes ella me ha colmado. No pocos, en verdad, desde que cayera
por estos parajes, juvenil y generosa, para ilustrarnos en la lengua francesa y
en sus adyacencias y para abrirnos un pasillo hacia esas otras latitudes nunca
antes visitadas. A través de él transitamos Santos y yo cuando estuvimos
juntos, y lo hago yo ahora sin él, desde su muerte, pero con él a nuestro lado
inevitablemente. También Tomás y Dolores, de entre los de entonces, han seguido
esas mismas rutas en más de una ocasión. Y así es como gracias a Christianne
suenan en esta habitación los textos últimos de Yves Bonnefoy (“en mi
sueño de ayer / el grano de otros años ardía a fuego lento”) o resiste aún,
entre las paredes apolilladas de la vieja Escuela Normal de Magisterio, el eco
antiguo de las canciones de François Beranger y
de Maxime Le Forestier.
Lecturas y cantables fundacionales: “on se retrouve ensemble / aprés des années
de route”.
Sí, todas estas referencias, que le
cito hoy y le he mencionado en entregas precedentes, integran lo que pudiéramos
llamar nuestra componente norte, así en lo geográfico como en lo puramente
existencial. Los vientos con ese origen nos trajeron una cultura en la que aún
militamos, pero a la vez indicaron el camino de nuestros pasos en un sentido
inverso al de su dirección. De esta manera nos fuimos construyendo. Ahora, con
la vida dándose poco a poco la espalda a sí misma, me sorprende que todavía
continúen llegándole nuevos elementos a ese acervo, de los que apenas le hablo
en nuestra correspondencia pero que señalan aún la componente de nuestros
vientos.
Así sucederá próximamente, señora,
cuando acuda por fin a su encuentro. No será ya en aquellos expresos nocturnos
que permanecen inmóviles para siempre en el origen de nuestros viajes. No hay
trenes ya como aquellos. Quizá ni haga falta. Pero, reconozcámoslo,
literariamente al menos no hay color. En fin, de una forma o de otra, à
bientôt.
Publicado en Tam Tam Press, 18 abril 2018
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